Un reportaje de José Luis Hurtado en MARCA
Vamos a hacer una escuela». Así de rápido, de impetuoso, de volcánico, como si encarara a un lateral por la banda con su saco de fintas antes de centrar al coto privado del área. Así era Juanito Gómez, el mito del madridismo y de su Málaga natal, quien en 1986 impulsó la creación de la Escuela de fútbol de la AFE de la que fue el primer director. Juanito era vocal del sindicato de futbolistas presidido por Juan José Iriarte y vio en esa experiencia la manera «de devolver a la sociedad lo que el fútbol nos ha dado».
Con la misma ilusión con la que intentaba un túnel en una zona peligrosa del campo, Juanito se dedicó a la tarea. Llamó a su amigo Paco Tocón, profesor de Educación Física en un colegio, y exportero de Castilla, Pegaso y Getafe, para reclutarle en la aventura. «Cuenta conmigo», fue la respuesta de Tocón como rememora ahora. Ya había un director y un coordinador encargado de la parte física.
El 2 de abril de 1992 Juanito Gómez, con 37 años, entrenador del Mérida, fallecía en accidente de tráfico en el viaje de vuelta desde Madrid donde vio el partido de Copa de la UEFA entre los blancos y el Torino. Hoy hace 29 años de aquello y Paco Tocón recuerda al Juanito maestro y profesor.
Al genio le esperaban 50 alumnos de 10 a 14 años. Se juntaban tres días a la semana (lunes, miércoles y viernes) durante dos horas y media. El coliseo era La Elipa, un clásico recinto madrileño, de tierra dura o como dice Tocón «de lodazal». Empezó algo que Juanito apreció «como más que un entrenamiento. Él dijo a las padres que si esperaban que de allí salieran futbolistas de élite que se los llevaran, que ahí se estaba para ser personas».
Durante casi dos años, antes de dejar Madrid por Málaga, Juanito se encargó de hacer crecer aquella universidad. Se llegó a 150 niños y un día dijo «vamos a montar una movida gorda». El madridista cogió su agenda y llamó a varios profesionales de toda España para que jugaran en La Elipa con los chavales. «Allí aparecieron López Ufarte, Sarabia… y se quiso arreglar tanto el campo que se estropeó más todavía. Había más barro que nunca y todos disfrutaron como enanos», explica Tocón