En Martiricos no se vivió el mismo día una y otra vez, pero sí la sensación de ser un equipo que no estuvo a la altura de las circunstancias. Tres entrenadores conviviendo con una plantilla manchada entre polémicas extradeportivas y rendimientos insuficientes, reproches en la planificación de La Cueva, el no ganar en La Rosaleda en toda la segunda vuelta y quedarte a dos partidos de perder media temporada. Por esto y mucho más, el Málaga 21/22 es el club de la marmota.
Los jugadores tienen que ser los más señalados. Primero, por «hacerle la cama» a José Alberto. Segundo, por llegar a parar un entrenamiento en la furia de ciertos egos con Natxo González. Y tercero, por sumar ocho puntos en las ocho finales disputadas con Pablo Guede. Mirar a la clasificación es un martirio para el malaguista al ver a su equipo 18º con 45 puntos. Esta cifra no es digna de conseguir la permanencia en una hipotética Segunda de manual y el histórico así lo dictamina. En este momento es cuando el respetable boquerón se acuerda de un nombre que ni siquiera pertenece a la entidad: Juan Carlos Real. El 3-2 del Huesca al Sanse en el descuento es la guinda a un objetivo que no merece celebrarse.
La culpa es de los trabajadores… y los dirigentes
Y la cosa va de nombres propios: ¿Sekou Gassama? Fiasco. ¿Pey? Empezó a costar puntos desde su error contra Las Palmas. ¿Braian Cufré? Se le puso por las nubes sin motivo… No hay que olvidarse tampoco de las imágenes de fiesta a expensas de conocer las fechas exactas de dichas pruebas, ni a la mayor decepción blanquiazul en mucho tiempo: Antoñín. La ilusión que juraba transmitir en su regreso se disolvió en el agua, al igual que su nivel. Y su famosa pachanga de fútbol sala fue el colmo del colmo. Un capítulo que el míster tardó poco en resolver y por ahí va el tiro: Pablo Guede supo manejar el vestuario que acabó con dos entrenadores en un abrir y cerrar de ojos.
Pero esto no deja de ser una empresa y no solo los trabajadores tienen la culpa, a los dirigentes hay que subrayarlos también. Manolo Gaspar, ese genio que pasó de encandilar a su ciudad en verano… a estar en el punto de mira en invierno, cuando quedó muy debilitado por esa recta final de mercado. Sin fichaje de última hora ni el central que tanto demandaba el ambiente, aunque con la cesión de Iván Calero al Alcorcón y los fichajes de Álvaro Vadillo y Aleix Febas, peticiones del técnico al que sentenció a causa de la presión social que arrastró el 0-5 del Ibiza. De no ser porque no hay un presidente de fútbol y sí un administrador judicial al mando, quizás la dirección deportiva estaría aún más dañada todavía.
Ni el color del malaguismo tapa el negro de la temporada
Un retrato con tanto negro que ni el color del malaguismo entró en la obra. ¿Cómo un equipo profesional entre la vida y la muerte consigue ver en las gradas de su casa a 25.389 almas y deja tal imagen ante un recién ascendido salvado que solo se jugaba el orgullo? Ni eso salvó la expedición del argentino en el partido del aburrimiento contra el Lugo sobre el verde del Anxo Carro, que presenció cómo los costasoleños no curaron ni el amor propio. Triste debe ser celebrar el hecho de concluir una temporada como si fuese un simple trofeo amistoso.
Todo esto lo metes en una coctelera y lo que está obligado a salir es un cambio de proyecto. Las claves del quinto año consecutivo en LaLiga SmartBank pasarán desde la campaña de abonos hasta las caras nuevas que aterrizarán en la pizarra de Pablo Guede pasando por algo tan anecdótico como el adiós de Nike… o algo tan importante como la cantera o la futura ciudad deportiva. La cuestión es que lo único que se ha repetido esta temporada una y otra vez es la ridícula imagen liguera sumada a la vergüenza moral de que un Primera RFEF te elimine de la Copa del Rey… y sin olvidar el más allá del terreno de juego. El Málaga 21/22 es el club de la marmota que no debe repetir esta fórmula nunca más, bajo ningún concepto.