La buena dinámica del Málaga no se reflejó en el resultado final. Todo un mar de lágrimas supone la derrota en Anduva y más viendo la manera en la que llegó. Vivian remató solo -y de aquella manera- la falta botada cerca del centro del campo tras una mala ejecución en la salida del fuera de juego. Fue el síndrome de la frustración blanquiazul de ver escapar los tres puntos ante un rival que solo hizo una ocasión de peligro.
Por muy bien que juegues, el fútbol consiste en meter goles. Ese mal de ojos ofensivo hace mella en el factor anímico y eso se refleja en todas las parcelas –falta de concentración o la irritación de ver cómo se te escapa el partido-. Además, Pellicer padeció síntomas y quiso remediar la hemorragia colocando toda la carne en el asador con ese triple cambio colocando a Orlando Sá, Julio y Jairo en los compases finales.
Sin embargo, el Málaga debe reponerse a este varapalo lo antes posible para encarar marzo con la mayor de las energías. No te pueden marcar gol con una falta botada casi desde la medular y menos dejar a un rival, en posición correcta, rematar solo. Esta sigue siendo la gran asignatura pendiente. El síndrome de la frustración le pasó factura al Málaga en Burgos, donde no mereció perder bajo ninguno de los conceptos.