El partido del Málaga en Albacete fue lamentable. Venir de prácticamente no disparar a puerta contra el Cádiz y encajar un tanto en la primera jugada del choque del Carlos Belmonte fue una torta de la que el malaguismo va a tardar en levantarse unos días. Fue indigno, no hay más. No ser capaces de marcar un gol a un equipo que jugó 70 minutos con ocho jugadores de campo es una señal inequívoca de que algo no va bien. El final del partido me dejó un mal cuerpo que todavía mientras escribo esto, volviendo de madrugada de Albacete, aún me dura. Hacía mucho que, más allá del cabreo de una derrota, el Málaga no me arrancaba estos sentimientos tan descorazonados.
Los blanquiazules sacaron a flote en tierras manchegas un recuerdo que todos los aficionados y los que queremos este escudo no queríamos recordar. El momento final del choque, con los jugadores del Málaga en una esquina del estadio pidiendo perdón a los casi 500 me llevó a 2023. Por momentos vi a N’Diaye encarándose con la afición y a Manolo Reina retando con la mirada a los preocupados aficionados. La situación no es la misma. Aquel Málaga durmió a ocho de la permanencia y este está cuatro por encima del descenso. Sin embargo las vibraciones entre este Málaga y aquel que se salvó por demérito de sus rivales con Pablo Guede al frente son cada vez más evidentes. Se puede ganar, perder o empatar, pero el partido de Albacete desde lo táctico a lo mental no se puede volver a repetir bajo ningún concepto.
El equipo malaguista se ha caído y los resultados y el estado de forma tanto colectivo como individual así lo marca. La derrota ante el Cádiz no me preocupó en demasía, pero esto de Albacete es para que salten todas las alarmas. Las de las sensaciones, las del juego y las de los resultados. Este bajón brutal ha llegado en el peor momento de la temporada, cuando hay que jugarse el objetivo. El planteamiento del curso por parte de Loren Juarros está haciendo aguas por todos lados y a Pellicer el discurso del esfuerzo de sus jugadores se le empieza a acabar. La sensación de deriva vuelve a estar muy latente. Ante el Racing gallego se jugará una final, con F de Ferrol.
No soy nadie para decir al malaguismo lo que tiene que hacer, pero La Rosaleda tiene que ser el jugador 12. Morder, presionar y apoyar como nunca. Si algo me enseñó la pesadilla de 2023, la cual no tengo ninguna intención de volver a vivir, es que al final los que bajamos seremos nosotros. La plantilla se irá, normalmente de rositas, y los que nos quedaremos viajando a Sanlúcar y jugando contra el filial del Betis seremos los de siempre. Preocupado, pero esperanzado en que este equipo logrará el objetivo de la permanencia. Si es así, cuando acabe el curso, al día siguiente si es posible, el malaguismo debe movilizarse y pedir la liberación del club. No podemos seguir conformándonos con las migajas de esta situación. O reaccionamos, o los malos de la película van a ganar y hasta aquí puedo leer, que solemos decir.