No es necesario buscar culpables tras el partido frente al Córdoba CF porque, a excepción de Boyko, no se salvó ninguno de los que mancillaron el honor de la elástica blanquiazul. Además del desastre colectivo cada cual deberá buscar en su conciencia futbolística para depurar su propia responsabilidad ante tanta indolencia e ignominia sobre el césped del Nuevo Arcángel. Afortunadamente, el fútbol y sus alocados calendarios no dan tregua suficiente para curar las heridas, si acaso lamerlas, para aun sin cicatrizar disputar el siguiente envite.
A aquellos futbolistas a los que Juande Ramos decida dar la oportunidad de jugar en Mestalla frente al Valencia CF, aún les quedará la oportunidad de resarcirse. A los que castigue para muchos meses en la grada por su falta de profesionalidad ante los cordobeses se lo habrán ganado a pulso.
El conjunto che no es un adversario agradable. Plagado de urgencias, como el Córdoba CF, y en medio de una tormenta que amenaza con convertirse en un tornado, precisa de los tres puntos como el comer. O los malaguistas recuperan la actitud solidaria del Camp Nou y el acierto goleador de La Rosaleda o se presentará otra tarde de sufrimiento supino en la ciudad del Turia.
Ojalá que los jugadores reaccionen para devolverle la sonrisa a una afición que se quedó cariacontecida con el esperpento desplegado por los suyos en Córdoba. Especialmente los 300 valientes que se desplazaron para regresar a la capital de la Costa del Sol abatidos y con sonrojo en sus rostros fruto de la vergüenza ajena que les hicieron pasar los futbolistas que llevaron la elástica blanquiazul en el Nuevo Arcángel.