@SuarezRMarca | Un año más y van 18, la maldición del anfitrión volvió a aparecer en una final de Copa del Rey. El Unicaja soñaba antes del partido con ganar, pero desde el salto inicial se dio cuenta de que la realidad dibujaba otro destino con un Real Madrid en el que Campazzo, MVP, fue demasiado rival como para detenerle. Once años después de su última final, los malagueños se pueden ir con la satisfacción de haberla alcanzado tras una enorme remontada en cuartos ante el Casademont Zaragoza y una exhibición en semifinales ante el MoraBanc Andorra.
La responsabilidad le pudo al Unicaja desde el salto inicial. Se notó en los dos tiros libres que falló Jaime Fernández. A partir de ahí, los de Casimiro aguantaron apenas seis minutos. De un esperanzador 10-14 se pasó a un 13-26 en la parte final, en parte por la dificultad para frenar a Campazzo y en parte por el extraordinario acierto de los blancos desde el perímetro, incluso cuando estaban bien defendidos.
La rotación malagueña no terminaba de funcionar, con Jaime con 2 faltas y Toupane en el banco con problemas en el tobillo. Y menos mal que Tavares fue cambiado por Laso por su inoperancia porque la diferencia podría haber sido mayor (13-26).
Las sensaciones fueron mejores en el segundo cuarto. Los cajistas se sacudieron la presión, se evadieron del ambiente y apretaron las tuercas en defensa. Durante más de la mitad del acto los de Laso no encontraron forma de acercarse al aro. Coincidió, cómo no, con los minutos de descanso de Campazzo y con la mayor agresividad de un quinteto local donde Darío Brizuela cogió el balón y ejerció de líder. Sin Adams ni Jaime, el escolta vasco puso en jaque la defensa blanca y bajó la diferencia a 9 (26-35) después de un 12-0 que hizo temblar los cimientos del Carpena. La vuelta del base argentino con el traje de MVP enfrió los ánimos y el Madrid se fue al descanso con 28-43 a su favor.
El paso por vestuarios llevó cierta calma al ansia anotadora del Madrid. Pero también puso freno a un Unicaja que acusaba la ausencia de Brizuela y que con Gerun en cancha no podía con el despertar de Tavares y con los malabarismos de Campazzo. Otra vez él. Juega a otro deporte. O mejor dicho, hace que el baloncesto no sea un mero deporte sino un espectáculo. Si le sumamos a un Carroll que se despedía de la Copa del Rey y que se hinchó a meter puntos (20), la final ya se había acabado en el tercer cuarto (42-68).
La final ya estaba sentenciada y sólo sirvió para maquillar una diferencia que superó los 30 puntos en algún momento y que se quedó en 27 al término de un choque que sólo tuvo un color, el blanco del Real Madrid. La maldición del anfitrión pesó demasiado a un Unicaja que lo intentó hasta el límite de sus fuerzas.