El 18 de marzo de 2020 se despidió del mundo de los mortales un histórico del fútbol español y del Málaga. Joaquín Peiró, el galgo del Metropolitano, falleció dejando un imborrable recuerdo en la memoria del malaguismo.
A la Costa del Sol llegó como entrenador en la temporada 98/99. No fueron fáciles sus inicios. El equipo venía de ascender a Segunda División con otro técnico que no continuó en el cargo, Ismael Díaz. El entonces presidente, Fernando Puche, confió en Peiró. Le avalaba una amplia trayectoria a sus espaldas con una buena campaña anterior en Badajoz, también en la división de plata.
El primer punto de inflexión para Peiró en su exitosa carrera en La Rosaleda, tras una mala racha de resultados en el primer tercio liguero, fue un Málaga-Logroñés. Una derrota hubiera acabado costándole el puesto y nada de lo sucedido después hubiera pasado. Aquel inolvidable 3-2 con doblete de Basti fue el principio de una historia maravillosa en blanco y azul.
Peiró devolvió a la élite al Málaga con un equipo campeón que enamoró por su fútbol vistoso a una afición entusiasmada por regresar a Primera División. Durante los cuatro años siguientes, la mano sabia de ‘el abuelo’ acompasó la mejor época del Club bajo cualquier denominación, hasta aquel entonces, con hitos que aún resuenan con fuerza en la memoria del malaguismo.
El cénit del Málaga de Peiró se alcanzó en el verano de 2002, cuando por primera vez el Club participó en una competición europea. Y de qué manera, conquistando con brillantez la Copa Intertoto que, a su vez, dio pasaporte directo para disputar la Copa de la UEFA. El MCF se exhibió en Europa y cayó con honores por penaltis frente al Boavista luso, siendo el primer equipo andaluz en alcanzar la ronda de cuartos de final.
A la misma altura de su labor como técnico, extraordinaria, fue la condición humana de Joaquín Peiró. Noble, elegante, afable, observador, socarrón… Pero, ante todo, un SEÑOR en mayúsculas. Una especie de segundo padre para sus futbolistas. Un caballero de los de antes y una verdadera figura del fútbol español.
Es motivo de orgullo y de enorme justicia deportiva e histórica renombrar el banquillo local del Estadio La Rosaleda con el de un hombre que, con sencillez y pericia, hizo más grande aún de lo que ya era, hasta su llegada, a nuestro Málaga Club de Fútbol.
Maestro Joaquín Peiró, que en paz descanse, va por usted.