Carácter indomable, espíritu libre, voluntad de hierro, maestro del fútbol base malagueño. Son sólo algunas de las definiciones que servirán siempre para definir a Pepe Sánchez. Un icono del Málaga CF y un entrenador ejemplar para los cientos de jugadores que pasaron por sus manos.
Jamás dijo que no al club de La Rosaleda, a la que consideraba su segunda casa, y ahí estuvo cuando fue necesario para el Centro de Deportes El Palo. En la temporada 1987-88, hubo de suplir a Ladislao Kubala en el CD Málaga que presidió Paco García Anaya, y con el gran Juan Gómez “Juanito” selló el ansiado ascenso en Alicante para volver a sus quehaceres con el filial.
Le correspondió bailar con la más fea en el club de su vida y su enorme magisterio no fue nunca ni reconocido, ni agradecido lo suficiente. Nadie trabajó tanto por la entidad malaguista como Pepe y recibió tan poco por ello. Una vez más, la Málaga madrastra que es acogedora con los ajenos e injusta con sus hijos, incluso con los mejores como él.
Éxitos incontables en el fútbol base malagueño de norte a sur y de este a oeste. Siempre fue un buen amigo, jamás me mintió y pese a su genio incontenible cuando era necesario, también me aconsejó adecuadamente como a uno más de sus alumnos.
Se despidió con pena de su último servicio al club paleño, que siempre llevó en su alma. Lo dejó al borde del ascenso a la Segunda División B -cuántos desvelos para poder viajar a Amorebieta- y sentó las bases para que lo consiguiese poco después Pablo Adrián Guede. Una vez más, se marchó sin pestañear consciente de su adecuada labor pero dispuesto a seguir en la brecha mientras fuese posible.
La Málaga futbolística lo despedirá y yo veré partir a otro buen amigo que se va por culpa de la peor
enfermedad de nuestros días: el cáncer. Su esposa y su hijo Raúl conservarán su legado y sus enseñanzas mientras que todo el malaguismo está de luto por un maestro excepcional e inigualable.
Descansa en paz, Pepe, y sigue impartiendo tu sapiencia y sabiduría desde tu tribuna celestial.